Los toreros, las actrices porno y los periodistas siempre lo estamos dejando, el oficio, a diferencia de los futbolistas, que procuran no irse ni con agua caliente, en proporción inversa al puesto que ocupan en el campo. Así, lo normal es que los delanteros y los centrocampistas se retiren antes que los defensas y los porteros. El increíble caso de Aritz Aduriz (Donostia, 1981) adquiere en este aspecto otra peculiaridad. Aritz significa en vasco roble, un árbol sagrado en Euskal Herria. En su despedida, el delantero se emocionó al señalar que su último gol es el más especial, sencillamente, porque es en el que sus hijas fueron más conscientes. El caso de Aduriz, además, emparenta con el fósil de dinosaurio que cuestiona el propio origen de las aves , como símil de los jugadores modernos. Aduriz pertenece a otra época, otra estirpe y otro siglo y se consagró fuera de tiempo y a destiempo, tras mil tiros dados y como hijo pródigo que vuelve a casa y triunfa una vez que se marchó cuando no era siquiera un boceto sin consagrar de posible figura en el equipo.
Aduriz deja el Athletic como sexto goleador de su historia, 172 goles en 407 encuentros oficiales. Regresó a Bilbao con 31 púas y media en el almanaque, en 2012. Antes había marcado 23 goles como rojiblanco. Tras su retorno, 149 goles le contemplan. Con esa franja de edad, según datos de Adurizpedia, el siguiente máximo goleador es Ismael Urzaiz y metió 36 goles. En la historia de la Liga, sólo Puskas y Di Stéfano metieron más goles después de los 33 años.
En Europa, es el máximo goleador en la historia del Athletic (34 goles), con más del doble de tantos que el segundo, Llorente (16). Antes de cumplir los 31 años, Aduriz no había marcado siquiera en Europa League. En la historia de la UEFA, sólo metieron más goles (con 31 el vasco) Larsson, surfero de los campos, y Huntelaar, cazador de Caperucitas. Sin contar las previas, en el actual formato, sólo Falcao metió más goles y nadie más con una misma zamarra. El tigre y el león. Aduriz es el único jugador que ha metido cinco goles en un partido de Europa League (ante el Genk). También hizo 30 dobletes con el Athletic y cinco tripletes. En el Nuevo San Mamés, metió 88 goles. El siguiente jugador en el ránking no ha marcado ni la tercera parte de goles en la Catedral, templo para el fútbol.
El donostiarra fue 13 veces internacional absoluto, con dos goles en su historial. Metió su primer gol (a Macedonia) con 35 años y 275 días, el más veterano de la historia. Aduriz, que valoró el recuerdo de sus goles en función de la memoria de sus hijas, es el único jugador en la historia del Athletic que ha jugado en partido oficial con un padre -Aitor Larrazabal, con quien debutó- y su hijo -Gaiska- 17 años después.
Un reportaje en en el “New York Times” subrayando que el coronavirus le estaba privando de poder elegir su final en los terrenos de juego fue el prólogo del adiós a una carta de despedida. Los médicos le recomendaron pasar por el quirófano para colocar una prótesis de cadera. El colofón a la temporada iba a ser la final de Copa del Rey contra el eterno rival, la Real Sociedad de San Sebastián. “Mi cuerpo ha dicho basta”, señaló el delantero.El fútbol de élite, cualquiera que haya jugado mínimamente lo sabe, es insano. Mental y físicamente. Por eso llegan tan pocos, aguantan menos y sobreviven unos cuantos tras la retirada. “Olvidémonos de finales soñados. Ha llegado la hora del adiós y así se acaba para mí este camino, inolvidable y maravilloso”, suscribió. Cuando el tiempo pase, su final estará para siempre grabado a la chilena contra el Barcelona de Messi en el último minuto.
“Muchas veces he mencionado que el fútbol te deja antes de que tú le abandones a él”, señaló Aduriz en su carta de despedida. Los jugadores son cometas que se extinguen. Quien haya jugado alguna vez lo sabe, apenas hace falta el trascurso de una jornada para no llegar a la pelota que antes llegabas, no ver el pase y el desmarque que antes veías, no anticipar el éxtasis en la cabeza de vivir la jugada unos segundos antes, pensarla antes, vivirla antes. Ahí radica el secreto de la belleza. El fútbol es como una premonición. Como un párrafo de Bolaño: “He pensado ángulos imposibles antes de un gol, regates inexistentes antes de hacerlos -como las escenas de Mercurio en los X-Men con el efecto de parar el tiempo y modificar las cosas-, una vida en una nanomilésima de segundo, he provocado penaltis al anticipar la física en un ejercicio cuántico. He abierto los ojos en la oscuridad”.
“A mis aitas no les gustaba el fútbol pero por lo que sea yo sólo quería el balón. Es lo que me hacía feliz y he crecido alrededor de esa felicidad. Y hoy en día sigo jugando porque el fútbol me sigue haciendo feliz, simple y llanamente. Además, creo que me siento mucho más realizado en un deporte colectivo que en uno individual. El compartir esas experiencias en grupo, poder disfrutar las alegrías o superar las frustraciones con tus compañeros hace que todo sea mejor, compensa mucho más todo”, dijo Aduriz a Líbero, confesando, además del vértigo del adiós, el miedo de “estar en el póster de la temporada en la que el Athletic descienda”. “La gabarra”, como “máxima aspiración en el fútbol”.
«Aduriz -apuntó Ernesto Valverde, el entrenador con el que más destacó- ha sido siempre un portento físico, pero también un portento mental, que es lo que le ha hecho estirar su carrera de una forma increíble para un delantero. Su carácter competitivo le enchufaba las pilas a todo el mundo, se exigía mucho a sí mismo y también exigía a los demás. Ha sido un gran líder, tanto dentro como fuera del campo, y además asumía ese papel. Eso lo consigues cuando tu rol en el equipo es fundamental y quizá hasta entonces no lo había sido». Para disputar con 36 años una Eurocopa sin haber sido convocado de forma fija antes, no hay que llamar a la puerta sino echarla abajo.
Aduriz defendió que “jugar bien al fútbol es adaptarse” y que “ganar un título con el Athletic es mil veces mejor que entrar o ganar la Champions con cualquier otro equipo”. El depredador tardío admite que “era casi imposible pensar” que iba a meter “más de 25 goles de media al año”. De hecho, “nunca” lo hizo en su vida y pensaba “que ese nivel de confianza y ese nivel de acierto no era alcanzable, o que solo era alcanzable por otro tipo de jugadores”. Este año del adiós, Aduriz fue ovacionado en Mallorca, Valencia y Valladolid. Cuando metió el gol de chilena al Barça, sus hijas saltaron, entonces lanzó un beso al aire. Al llegar al vestuario, los compañeros en pie corearon su nombre.
Aduriz no es el mejor delantero que ha pasado por la Liga. No es Ronaldo Nazario desafiando las leyes físicas y de la imaginación, algo así como Jumanji desatado pero con pausa. Romario, lo dijo Valdano, era dibujos animados. Aduriz no era uno ni otro. Pero pasados los 30, recolectó las virtudes de los mejores 9 de las últimas décadas: la capacidad de proteger la pelota de Vieri o Kiko, con parte de su visión periférica -42 asistencias-; el arte de ir por alto (50 chicharros de cabeza) de Morientes;la sangre fría en los penales de Villa; la picardía y el sacrificio y la inteligencia -124 de 158 goles en Primera al primer toque- de Raúl. El hijo pródigo de San Mamés, que se marchó como un buen jugador pero como un futbolista más al cabo y que regresó, cuando cualquiera hubiera apostado que llegaba en su ocaso, para hacer historia y convertirse en leyenda. “El éxito es deformante, relaja, engaña, nos vuelve peores, nos ayuda a enamorarnos excesivamente de nosotros mismos; el fracaso es todo lo contrario, es formativo, nos vuelve sólidos, nos acerca a las convicciones, nos vuelve coherentes”, señaló Bielsa. En el caso de que el éxito te pille cuando estás más cerca de irte que de volver, el éxito significa que has resuelto la ecuación del juego y que tras toda la vida aprendiendo a cazar, como el Rey León, has alcanzado -ahí lo llevas, Darwin; Charles, no Machís el que juega en el Granada- la compleja transición de cazador-recolector a agricultor o, lo que es lo mismo, cuando el 9 se convierte en el eslabón último de la evolución a base de gol, que es lo más sagrado que hay en el fútbol, así en Euskal Herria como en el último confín del fin de la Tierra.